viernes, mayo 01, 2020

El vuelo del petirrojo


jueves, agosto 13, 2015

Señor de los charcos (Diario íntimo de un hombre feo)




 



 


Martes, 6 de febrero

Hoy ha sido uno de esos días protagonizados por tu físico. Menos mal que estás acostumbrado, porque si no, lo que te ha pasado hoy habría acabado de hundirte.

La mayoría de la gente no se corta nada a la hora de mostrar sus impresiones. Ya te gustaría vivir entre esa aristocracia educada en disimular sus emociones como aquel marques que conducía en compañía de una aristocrática dama cuando un avispón se introdujo entre los botones de su bragueta, buscó golosamente la punta de su pene y, una vez localizado, picó cruelmente hasta inyectar todo su veneno en tan sensible órgano…El marqués, apenas hizo una mueca, imperceptible y un breve toque al pedal del freno. Después continuó conduciendo mientras una furtiva lágrima caía vibrando por su mejilla. Ni que decir tiene que la dama no se enteró del penoso avatar de su compañero.

En tu caso es distinto, tú te mueves entre gente vulgar y la gente vulgar no disimula nada. Además, confiesa que tú, consciente de tú fealdad, vas buscando esa expresión de asco, ese gesto de repulsión, esa mueca de aversión, ese rictus sardónico que provoca tú físico en las personas que tienen la desdicha de cruzarse contigo.

Pero lo de hoy ha sido especial, te ha afectado tanto que has decidido comenzar este diario, tal vez para proyectar hacia otra parte el estado de tristeza que te abruma o, tal vez, para que las palabras escritas puedan suavizar un poco las violentas emociones que dominan en tu ánimo:

Tu hermana, que vive en un pueblo a unos kilómetros de la ciudad, se ha presentado hoy en casa con su hijo, tu sobrino Luisito, y te ha pedido que acompañes al niño a la revisión anual de su dentadura mientras ella aprovechaba el viaje para acudir a su ginecólogo.

Luisito y tú, bien abrigados y con un buen paraguas, porque llovía con saña, habéis salido de casa caminando hacia la clínica dental que está a sólo unas pocas manzanas.

En la clínica os han pasado a una sala de espera repleta de madres con niños esperando la consulta.

Os habéis sentado a esperar pacientemente vuestro turno. Frente a vosotros, un niño obeso devoraba golosamente un paquetón de patatas fritas. El niño tenía unos nueve años, más o menos como Luisito, y un físico particular: las cejas unidas y los ojos tan juntos le conferían un aspecto de ciclope bajito y obeso, la nariz era chata, de esas que al mirar de frente solo se ven dos agujeros...

Estabas en entretenido en esas observaciones cuando el niño ha levantado la vista del paquetón de patatas, te ha mirado fijamente, te ha señalado con un dedo índice gordito y corto, pringado de pasta de patatas con saliva y tú aterrado, temiéndote lo peor.

—Mama, mira que hombre tan feo.

Ha dicho, rompiéndose en descaradas carcajadas que hacían temblar como un flan sus trémulas carnes.

—Calla niño —le he reprendido la madre que era un calco de su hijo, intentando sin muchas ganas reprimir una risa nerviosa. La madre es un calco de su hijo y pronto rompe a reír con groseras carcajadas

Enseguida todos los niños de la consulta han comenzado a reír, acompañados de sus respectivas madres que ya no se reprimían y sus risas salían y se elevaban sin misericordia por aquella nefasta sala.

Tú, como siempre haces en estos casos, mirabas a un infinito que solo tú puedes ver, sin saber qué hacer, sin reacción posible, embargado por un sentimiento de culpa que te atenaza.

Luisito, mucho más ágil que tú,  te ha cogido la mano.

—Vámonos tío.

Y los dos con la cabeza un poco humillada habéis salido de la clínica y el día seguía nublado, aunque había dejado de llover.

Por la calle, mientras andabais de la mano en silencio, has mirado de reojo a Luisito, has visto que lloraba quedamente y has pensado que Luisito ya nunca querrá ir contigo a ningún sitio.

 


 



Jueves, 8 de febrero

Llaman a la puerta, es tu hermana que se arroja sobre ti como un torbellino, te abraza fuertemente, te cubre de besos. Luego te mira a los ojos con las dos manos sobre tus hombros.

Juan, perdóname la bronca del otro día, el niño me lo ha contado todo —te dice muy seria, con los ojos un poco húmedos.

Tú no sabes que decir, miras a Luisito que está a su lado con la cabeza baja.

—Vamos —dice tu hermana, entrando en la casa —que os voy a preparar una comida para chuparse los dedos: Endivias con salsa de roquefort y delicias de merluza y tú, Juan, baja a la bodega a por una botella de vino.

— ¿Blanco o tinto? —preguntas cogiendo la llave de la bodega.

—Blanco mejor, vamos a comer pescado

Tu hermana ya está en la cocina, sacando paquetes de las bolsas, disponiéndolo todo para cocinar.

— ¿Albariño? —Vuelves a preguntar desde la puerta.

—El que quieras, pesado, pero date prisa para que le dé tiempo a enfriarse mientras hago la comida.

Bajas a la bodega, vas pensando en tu hermana, la admiras, la has admirado siempre. Su decisión, su valor, su fuerza para enfrentarse a todo.

Te defendía de los otros chicos cuando eras pequeño, lo hacía con una  determinación tan firme que hacía desistir a los abusones, porque sabían que si te hacían algo, después tendrían que enfrentarse con ella. Consiguió que te dejasen en paz y buscasen presas más fáciles.

Lo pasaste muy mal cuando se casó y se fue de casa. Vuestros padres ya habían muerto, vivíais los dos solos. Odiabas a Luis, su marido, que es una buena persona, un calzonazos como tú. En la casa manda tu hermana, ella es quien decide, como siempre ha hecho. Pero ¿Qué más da?  Luis es feliz así, como lo eras tú. Al fin y al cabo alguien tiene que llevar las riendas.

Durante el viaje de novios, sabiendo cómo eres, ella te llamaba todos los días por la tarde desde el hotel y tú esperabas su llamada, no esperabas otra cosa en todo el día. Luego te has ido acostumbrando a su ausencia, aunque ella sigue gobernando tu casa y tú encantado.

La bodega está en el sótano del edifico, la hizo tu padre que te enseñó a mantenerla y tú la has cuidado siguiendo fielmente sus instrucciones.

Buscas el vino, Luisito está contigo, es un niño retraído y silencioso que te escucha atentamente. Tú le vas explicando las cosas del vino como hacia tu padre contigo con los mismos gestos, con el mismo tono, con sus mismas palabras…

 

 




 



Viernes, 9 de febrero

La comida de ayer con tu hermana te ha levantado el ánimo, coges de nuevo el diario y te dispones a escribir. Has encontrado un buen sitio para hacerlo lejos de tu mesa de trabajo repleta de trastos, el ordenador, papeles, diccionarios…

Ahora, cuando escribas el diario, lo harás en la habitación que era de tus padres, en el elegante escritorio que usaba tu madre. Una especie de secreter lleno de cajoncitos, pequeñas puertas y departamentos secretos que siempre te han llamado la atención. Además el escritorio está junto a un ventanal que mira al parque, como el ventanal de tu mesa de trabajo. Mirando ese parque solitario y melancólico, como tú, ves cómo van pasando las estaciones y los años, observando el ciruelo de Pissard y el sauce y el gran castaño que da sombra al banco de madera y los lejanos robles del rio cuyas hojas van cambiando el color con las estaciones.

Hoy está nevando, nieva desde esta madrugada, el parque está cubierto por un inmaculado manto de nieve que todavía no ha pisado nadie. El ciruelo, el sauce, el castaño, el banco de madera donde algunas veces se sientan parejas de enamorados, los lejanos robles que bordean el rio parecen distintos, parecen otros.

Miras el diario, es precioso, de piel burdeos, con tu nombre grabado en oro Alejandro Martin Strozzi, tiene también un broche y un pequeño llavín que cuelga de una cadenita de oro que puedes desenganchar y guardarla contigo para proteger  los secretos que confíes a tu diario. Te fascina la primera página, un petirrojo pintado a plumín a todo color que te mira posado en una rama entre bellotas y hojas de roble.

Ni te acordabas que lo tenías, lo has encontrado mientras revolvías en una antigua cómoda de profundos cajones… Allí, al fondo de un cajón, debajo de la ropa interior de gruesa felpa de invierno que hace años que no usas. Allí estaba una caja blanca y burdeos, forrada por dentro de seda color crema con el libro envuelto en papel de seda negro.

Te lo regaló tu hermana unas navidades, « Que buen gusto tiene mi hermana» piensas y es verdad, si te dejaras aconsejar por ella con la ropa y esas cosas mejorarías bastante tu aspecto, pero no, ahí vas con esa chaqueta de tweed  con coderas que llevas desde los dieciocho años y ese pantalón gris de franela, por no hablar de la corbata. Es cierto que pareces Mr. Bear como te dice tu hermana. Pero ¿Qué se puede hacer con esta facha que tengo?, tan bajito, estas piernas de palillo y este barrigón de glotón…

Miras de nuevo el banco de madera, ahora cubierto por la nieve, donde has visto cómo se besaban tantas parejas de enamorados.

«A mí nunca me amará nadie», escribes, «porque nada hay en mí que despierte amor».

Tu estilográfica Montblanc se desplaza suavemente por el excelente papel. El sonido del roce con el papel, el tacto de la pluma, te confortan con un tibio placer, a pesar de los pensamientos tan tristes que escribes. La vida te ha ido llevando a disfrutar de esos pequeños placeres y tú te conformas porque piensas que no tienes ningún derecho a paladear placeres más intensos.

 

 « No sé lo que es el amor, nunca lo he hecho. Nunca he sentido temblar de deseo, entre mis flacos brazos, el cuerpo de una mujer…» Empiezas a escribir.

Miras un retrato tuyo en el escritorio de tu madre, tendrías unos doce años, pero ya se perfilaba tu cara de sapo, unos ojos asustadizos detrás de los gruesos cristales de las gafas, el pelo negro, brillante, tal vez lo mejor de tu físico; aunque unos rizos rebeldes lo revuelven, lo abultan, dando a tu imagen  un cierto aire de extraviada locura.

Observas los labios gruesos del retrato. « Labios que jamás han sido besados», piensas, «Que quizás no lo serán nunca».

«Trabajaba como corrector para una editorial cuyas oficinas estaban en el centro del barrio chino…» Escribes.

Cuidado, ahora vas a tocar un episodio de tu vida que te ha marcado un poco ¿Estas, de verdad, preparado para hablar de eso?

Por aquellos días tenías que atravesar el barrio chino para ir a la editorial. No se trabajaba desde el ordenador en tu casa como ahora. Todos los viernes debías acudir a la editorial para entregar el trabajo y recoger los nuevos borradores. Por la tarde, a última hora, salías de casa con esa cartera de cuero con correas que todavía conservas y cruzabas el barrio entre las putas que a esas horas patrullaban bulliciosas los callejones de aquel sórdido barrio.

Tú caminabas deprisa, con la cabeza baja como siempre haces en las ocasiones difíciles, pero no podías evitar que te llamasen gritándote dolorosas groserías siempre relacionadas con tu desmañado aspecto físico. De nada servía dar grades rodeos para evitar laguna calle, al final tenías que ir por otras calles del mismo barrio donde pasabas por el mismo calvario:

Crueles insultos, insolentes carcajadas, soeces gestos… Alguna incluso parodiaba tu forma de andar con la cartera, los brazos caídos a lo largo del cuerpo deprimido, las piernas un poco dobladas, la cabeza escondida entre el cuello…En fin todo lo que pudiera hacerte más pequeño, invisible para poder pasar desapercibido; aunque el efecto era totalmente opuesto al que tu buscabas.

Remedaban tu forma de andar, correteando a tu alrededor, haciendo horribles gestos con los que pretendían reproducir tu cara y tú cada vez más hundido, soportabas todo aquello con la resignación de un patético mártir, pensando que, seguramente, te mereces todo lo que te pasa.

Una tarde, cuando ya regresabas a casa, una mujer se interpuso entre las otras. Ya no era joven, llevaba la vida bien marcada en su rostro. Un rostro cuyo maquillaje no podía esconder el implacable paso del tiempo.

Debía de tener cierta influencia entre las demás porque consiguió que se fueran apartando, dejándote en paz.

—Ven pequeñín que te voy a hacer muy feliz —susurró en tu oído, enganchada a tu brazo, pegándose a ti.

Entrasteis  en un sórdido portal, unas estrechas escaleras, un oscuro pasillo que terminaba en una triste habitación tenuemente iluminada por una débil bombilla pelada que colgaba en el centro del techo. Una estrecha cama, una silla y una pila de lavabo que en tiempos sería blanca, pero ahora era de un sospechoso gris.

Comenzó a desnudarse con ese gesto mecánico de las personas que realizan un trabajo rutinario. Ya con la combinación se acercó a ti que estabas parado en la puerta con tu cartera, temblando sin saber muy bien porqué.

— ¿Qué estás  esperando? Empieza a desnudarte —Te animaba, cogiendo la cartera para depositarla en un rincón cerca de la puerta.

—Caray como pesa esto ¿Qué llevas aquí? ¿Libros o algo así, verdad?

Ya, desnudos los dos en la cama, de nada sirvieron las caricias ni los esfuerzos que hizo aquella generosa mujer para despertar tu sexo. Tu miembro se iba encogiendo, ocultándose en sus propios pliegues como una penosa caracola.

Ella te consoló tiernamente, diciéndote que eso le pasaba a muchos hombres, que no tenía importancia, que seguramente otro día ya más tranquilo… pero tú ya habías incorporado ese nuevo fracaso a tu equipaje.




 


Martes, 13 de febrero

«Hoy he visto a Susana, está muy gorda, aunque siempre fue grande, se ve que envejece mal. No me ha saludado, nunca lo hace. Tal vez esté avergonzada por lo que pasó o quizás ya ni se acuerda de aquel suceso que a mi tanto me dolió…».

Desde luego que te dolió, pero, como siempre haces, pensaste que te lo merecías, que la culpa la tenías tú por pretender cosas que jamás podrás alcanzar.

«…Tenía yo unos catorce años y un aspecto verdaderamente monstruoso, la cara cubierta por un severo acné que me provocaba enormes granos, que se hinchaban antes de explotar, deformando, si cabe aún más, mis ya de por sí informes facciones…».

Susana era de tu clase, una niña grande y mandona, que, frecuentemente, jugaba el papel de líder entre las demás chicas, especialmente en la calle, porque en clase era una pésima alumna cuya corta inteligencia no alcanzaba a entender las materias que se impartían en el aula.

En un momento determinado Susana empezó a rondarte, te acompañaba en tu solitario regreso a casa, hablaba contigo en los recreos, te buscaba y te distinguía entre los demás chicos.

Tú, al principio, te mostrabas vacilante y esquivo, pero ella, con sus mañas de mujer precoz, consiguió que poco a poco fueses entrando en aquel juego.

Fueron días maravillosos para ti que nadie te había hecho caso nunca, ahora te sentías elegido por una de las más influyentes de la clase. Comenzaste a cuidar un poco más tu facha, te duchabas varias veces al día, peinándote con esmero la rebelde cabellera, rociabas tu cuerpo con colonia, escogías cuidadosamente la ropa…

«…Mi hermana no veía bien aquello, mi amistad tan repentina con Susana le parecía muy sospechoso…».

Tu hermana lo observaba todo con cierta suspicacia, era dos años mayor que tú y conocía mucho mejor que tú a ese tipo de chicas. Había algo raro en todo aquello y presentía  que no iba a acabar bien.

«…Un día Susana me citó precisamente en el parque detrás de mi casa, en aquel banco bajo el frondoso castaño que ahora veo desde esta ventana. Acababa el curso y la primavera…».

Y tú te pusiste aquel suéter negro de Ralph Laurent que te sentaba tan bien y te repeinaste la rebelde cabellera y te perfumaste a conciencia y te presentaste ante tu diosa dispuesto a todo.

«…Susana ya estaba sentada en el banco, me dijo que me sentara a su lado y comenzó a hablar, diciéndome que yo era demasiado seco, que las chicas necesitan que los chicos les digan cosas bonitas… Parecía muy apenada, casi a punto de llorar».

Y tú, temblando de emoción la dijiste que la querías, que estabas enamorado de ella. Ibas a coger su mano cuando empezaron a salir las demás chicas de tu clase. Salían de todas partes y te rodearon burlándose y llamándote sapo y algunas, más descriptivas, te llamaban «sapo con gafas».

Cuando se enteró tu hermana entró en tu habitación. Tú estabas en tu escritorio, leyendo una novela, solo quedaba un día de clase y ya se habían terminado los exámenes finales.

« — ¿Qué te ha pasado en el colegio? —me preguntó de sopetón.

— ¿A mí? Nada.

—Lo sé todo, sé lo que te han hecho las zorras de tu clase.

—Elvira, no hables así. No me han hecho nada que yo no me haya merecido. Un tipo tan feo como yo no tiene derecho a pretender que una chica le mire y mucho menos que le haga caso.

Mi hermana se acercó a mí y me abrazó y me besó, no le daban asco mis granos.

—Tú no eres feo —me dijo, mirándome a los ojos y con los suyos velados por las lágrimas  —eres el chico más guapo que conozco, pero tu belleza no se ve porque está dentro de ti, en tu interior.

— Tal vez, pero si nadie la ve ¿para qué me sirve?

—Sí que la ven, aunque sólo la pueden ver las personas especiales, las que tienen la suficiente sensibilidad para percibir esa belleza y esas, precisamente esas, son las personas que te pueden interesar, porque son las únicas que tienen algo verdadero que ofrecerte…»

Miras la foto de tu hermana mientras escribes esto, está también en el escritorio de tu madre, junto a la tuya en un delicado marco de plata.

Tendría unos dieciocho años, es verano, está en Florencia, en el Ponte Vecchio sobre el Arno. Era uno de esos veranos que tu madre os enviaba a Florencia, con el abuelo Salvatore para que no perdierais el dominio del italiano.

Lleva un suéter de rayas azules en horizontal y un pantalón blanco. Sonríe, se pueden apreciar sus dientes muy blancos entre unos labios carnosos, la mata de pelo cobrizo que le cae en cascada sobre los hombros y sus ojos, unos ojos color miel que lo expresan todo. Es muy bella, piensas, pero, especialmente, te fijas en su expresión decidida, hay en su gesto, en su postura, una actitud de firme determinación que lo dice todo de ella.

 Miras tu foto, no te pareces en nada, ella ha salido a la familia de tu padre, a la tía Isabel, su hermana mayor, que no habéis llegado a conocer porque murió a los veinte años en un accidente de automóvil.

Tú, sin embargo, tiras más a la familia de Florencia, dicen que a Stefano, tío de tu madre, un solterón, bohemio y extraordinariamente culto; bien conocido en todos los círculos intelectuales de Florencia.

 Cuando eras pequeño y decían que te parecías a él te quedabas horrorizado, pues era verdaderamente feo, pero después de todos esos veranos hablando con él de literatura, de cine, de aquellas películas que te emocionaban y de los escritores que leías con tanta avidez, poco a poco, te empezó a parecer interesante, atractivo, hasta el punto de que, con mucha frecuencia, le escribías desde España y contabas impaciente los días que quedaban para reunirte con él en vuestra querida Florencia.

«…Era el último día de clase, sólo fuimos para recoger las notas y, después, las largas vacaciones de verano. Estábamos todos en la pradera, a la salida del colegio. Susana también estaba con las chicas de la clase. Llegó mi hermana con sus amigas y se encaró con Susana que, aunque era dos años más joven que mi hermana, era más alta y más fuerte.

Yo estaba un poco lejos y no pude oír lo que hablaron, pero vi que mi hermana la empujo, empezaron a pelear y mi hermana le propinó una soberana paliza, después la cogió de la coleta y la arrastró al riachuelo que venía con bastante caudal debido a las lluvias primaverales.

Susana salió del agua completamente mojada y humillada, todo el colegio había presenciado la pelea y el liderazgo de la chica se vio bastante afectado...».

Y tú estabas allí, no te gustaba nada lo que estabas viendo, pero no fuiste capaz de parar aquello… testigo mudo y pasivo: la eterna historia de tu vida.

Susana es ahora una mujer obesa y vulgar, envejecida prematuramente, descuidada con su aspecto físico, permite que unas grasientas greñas de pelo ya blanco le cuelguen sobre la cara. Viste pobremente, siempre con ese abrigo color crema, acolchado, de esos que venden en Carrefour.

Se casó con un guaperas, se ve que les ha ido mal. Ya no vive en el barrio, aunque sigue viviendo  cerca,  en las viviendas sociales. Tu hermana que sabe de ella por otras chicas del colegio con las que mantiene amistad, te contó que limpia en algunas casas del barrio. Por eso la ves tan a menudo.

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, agosto 12, 2015

El invitado de invierno


 

 
Melancólica película que se va contando en bellas, bellísimas imágenes de un pueblecito de Escocia helado y solitario.
Historias, casi siempre tristes que se van cruzando mientras el hielo y la noche caen sobre un paisaje digno de las mitologías nórdicas.
Una madre y una hija que se apoyan en un raro afecto mientras la vida se les escapa entre los dedos de una desesperanzada nostalgia... Un muchacho que no puede escaparse de su deshabitada niñez ni siquiera en su primer encuentro con un sexo fácilmente encontrado...Una pareja de ancianas (la única nota de humor) que engañan a una muerte acechante acudiendo a todos los funerales que se presentan y un niño que narra su desolada vida a un compañero hiperactivo incapaz de comprender el grito angustioso de su amigo... y la sublime belleza de la fotografía que lo cuenta todo, apoyándose en un cuidado guion y en la exquisita interpretación de todos los actores.
Cuando la niebla y el hielo ponen el fin de la película, uno se queda sobrecogido por una mano de helada desesperanza ante un infinito invierno.
Excelente

La leyenda del santo bebedor


 

 
Bellísima película que se ciñe fielmente al magistral relato de Joseph Roth que, con el mismo titulo, escribió en París en los años treinta, poco antes de su muerte en la misma ciudad en 1939.
Sin entrar en el análisis técnico del film, que no sabría hacer, la historia discurre entre dos orillas, la aventura fantástica de un honorable "clochard" que intenta cumplir con su palabra a pesar de las innumerables absentas, mujeres y viejos amigos que se cruzan en su camino impidiéndole llegar a su destino...Y París, un París desolado, intemporal pero increíblemente bello, ese París querido que llevamos en el corazón todos los que amamos a Europa.
Pero, ante todo, la película y el cuento, es una apología del alcohol, un alcohol que ofrece a los hombres una suprema y única lucidez, que hace a los hombres generosamente disponibles, ajenos y por encima de cualquier interés que no sea el acto sagrado de beber...Personalmente creo que es absolutamente cierto lo que dice Carlos Barral en el magistral prólogo del libro "de como el vino transforma el mundo, cambia sus leyes, todas, incluso la virtud de los santos, para hacerlo habitable y agradable a los que creen en él".
Sin el vino la vida no sería igual, sería quizás mas formal, mas ordenada, mas productiva, pero mucho mas triste y deshabitada. No deseo que se me note demasiado mi odio a los abstemios y mi incapacidad para penetrar en su amistad; pero, en fin, que Dios les perdone...
 


Ven, dulce muerte











Probablemente la semana próxima vea la luz mi primera novela. Por fin me he decidido a publicarla después de muchas dudas y algún que otro intento de llevarla a concursos que no estaban para mi, entre otras cosas, porque los autores que se presentaban eran gente profesional, consagrada a este oficio y, la verdad, muy buenos.

Se titula Ven, dulce muerte y, no sé, no sabría decir de lo que trata. Desde luego no es una novela de genero, ni histórica que parece ser lo que se lleva ahora. Seguramente, como ya me han dicho algunos expertos que han leído el borrador, tiene un escaso interés comercial.

Yo he querido contar la depresión, el dolor del alma, ese dolor silencioso, tal vez el peor, «No hay dolor como el que se calla», decía Flavio Josefo. He querido narrar el lado mas oscuro de la vida y el dulce cobijo que ofrece la muerte cuando vivir duele tanto que se hace insoportable...

También quise hablar del amor, de un amor poliédrico con sus caras y, sobre todo, sus aristas:
El amor casto de la adolescencia, el amor apasionado de la juventud, el amor conyugal, el amour fou, la infidelidad, el amor puramente sexual, el amor no correspondido, el adulterio, el desamor, el amor esclavo, el amor silente, el amor a primera vista, el amor platónico... Amores imposibles algunos, otros estériles, pero todos difíciles.

Desde el punto de vista creativo, para mi escribir la novela ha sido un experimento donde he puesto en práctica algunas ideas que tengo sobre las técnicas y recursos literarios.

En esto si que he arriesgado, porque he utilizado recursos que no son muy usuales. Algunos creo que no se han usado nunca en ninguna obra, entre otras cosas, porque están absolutamente desaconsejados.

Por ejemplo, el narrador. La primera parte de la novela se titula Psoriasis y toda ella está narrada en segunda persona, lo cual es muy infrecuente. Solo Italo Calvino y, últimamente, Paul Auster en su magistral Diario de invierno, se han atrevido a hacerlo; pero lo hacen utilizando el tiempo presente, porque buscan que el lector se identifique, se crea protagonista. Yo, insensato que soy, utilizo el pasado (grave error) según todos los expertos. En realidad todos los maestros aconsejan que no se utilice nunca el narrador en segunda persona si no es imprescindible, y, desde luego, jamás en tiempo pretérito.

Pero es que no podía hacerlo de otra forma, porque quería que una voz interior hablase al protagonista en tono de reproche, un protagonista que se va hundiendo en una fatal espiral que le llevará a un profundo pozo de difícil salida.

¿Cómo puedo escribir en presente algo que ya pasó? No tendría sentido
En fin, que he corrido un riesgo que augura un rotundo fracaso, sobre todo, cuando se trata de una primera novela de un escritor novel como yo; aunque, tengo que reconocer, que abrigo la esperanza de que algún lector me entienda y le guste un poco el experimento.

También he utilizado otros recursos que no quiero detallar para no hacer demasiado largo este texto.
De todas formas, ya os iré contando esta aventura y lo que ocurre con la novela cuando ya esté en las librerías.















 

viernes, febrero 13, 2009

Carpe Diem novela de Saul Bellow

Siempre he pensado que la soledad deseada es una necesidad. El hombre necesita estar sólo en algún momento de su vida, para encontrarse a sí mismo, para entenderse, para crear... Pero la soledad no deseada puede llegar a ser una maldición, un castigo insoportable.

Bellow nos cuenta una historia de soledad, una de las peores, la soledad afectiva.

Nos cuenta con mano maestra unas pocas horas en la vida de Wilhelm, un hombre inmaduro, generoso, que vive rodeado de gente que no movería un sólo dedo por él, algunos se aprovechan, otros le ignoran y otros le desprecian.

Wilhelm no es capaz de arrancar de su anciano padre una sóla palabra que necesita, no hay nada, el viejo egoista vive refugiado en su cómoda existencia y rechaza vivamente cualquier problema que pueda alterar tan plácida vida.

La historía de Wilhelm es una historía de soledad, de desamor, una vida desolada que le va acorralando y que le lleva a un drámatico final, un final no muy usual en literatura y, por ello, inesperado.

Bellow utiliza magistralmente la narración, apoyandose en una descripción precisa de los sentimientos y, esto es lo mas novedoso, la repercusión que tienen dichos sentimientos en el físico, en el gesto. Este recurso literario es increiblemente eficaz para ayudar al lector a entender al personaje en toda su expresión.

Y los diálogos, breves pinceladas, perfectas descripciones del sentimiento de cada interlocutor. Quizás es aquí, en algunos diálogos, donde la novela alcanza su plenitud como obra de arte.

Las conversaciones entre el padre y el hijo son un vivo ejemplo de esta perfección. Como se esconde el viejo en su escudo egoista y amable, incapaz de entender el grito de angustia de su hijo que, aunque urgentemente necesitado de dinero, sólo le pide una palabra de cariño, un gesto de afecto. Es estremecedor ser testigo de esa increible distancia interior que es capaz de marcar una persona para blindarse, para protegerse, para que las desdichas de los demas no le salpiquen.

Sólo en la Conjura de los necios, la majestuosa novela de Jhon Kennedy Toole, se encuentra esa terrible fuerza en los diálogos. Creo que son los dos únicos casos que conozco en la literatura norteamericana.

El guardian entre el centeno de Sallinger, la conjura de los necios de Toole y Carpe Diem ( coge la flor del día ) de Bellow, son las tres últimas aportaciones de la literatura estadounidense a la lista imaginaria de las cien grandes obras de la literatura universal.

lunes, marzo 19, 2007

Los europeos

Henry James, también utiliza en esta obra menor la yuxtaposición de carateres americanos (francos y sinceros, sin sofisticación) y los europeos ( perversos, artistas, corruptos y muy sofisticados).
Pero, escribe tan bien, pone tanto ingenio en los diálogos que la obra se lee con una especie de placer y curiosidad por conocer el desenlace final que se mantiene sin altibajos durante toda la lectura:
Dos hermanos, europeos, sofisticados, frívolos y algo corruptos, desembarcan en una localidad de Nueva Inglaterra donde viven su tio y sus tres primos- dos chicas encantadoras y un joven algo brusco pero noble y sincero- la refinada educación de los personajes, el ingenio y la elegancia de la hermana europea, una ya no tan joven baronesa casada morganáticamente con un principe europeo; provocan en la familia, sencilla, austera, pero inmensamente rica, una agitación que convulsiona todo el pequeño circulo social de la localidad.
En este escenario el escritor desarrolla una entretenida trama con inesperado final y se luce especialmente con la fina descripción sicológica de los personajes y muy especialmente con la brillante inteligencia que muestra en los diálogos.
Esta novela es una buena puerta de entrada a la extensa obra del autor que merece la pena conocer por la calidad de su literatura. Una literatura culta y precisa en el lenguaje que no es muy frecuente en estos tiempos.
Leed a James y sereis algo mas cultos, mas sutiles en vuestras opiniones y mas exquisitos en vuestros gustos...amen.

miércoles, mayo 31, 2006

Dersu Uzala. El cazador

http://www.filmaffinity.com/es/ud/review/92227473.html

domingo, mayo 07, 2006


Tiovivo C. 1950

José Luis Garci


Un cine para espíritus libres


Para entender y disfrutar del cine de Garci, hay que desnudarse de prejuicios, hay que dejar a un lado toda esa carga política que siembra el poderoso ejercito de medios de comunicación al servicio de la falsa progresía, logrando que muchos ciudadanos militen en un perfecto rebaño que lee (los que leen), escucha, ve, piensa, opina y vota como el Gran Hermano dicta.

El cine de Garci es para espíritus libres, solo desde esa libertad se tiene acceso a la sublime belleza de sus películas.

Tiovivo es quizás la mejor película que se ha hecho en lo que va de siglo. En esta película no hay efectos especiales, en esta película los actores no dicen mierda, ni follar. Tampoco aparece la palabra genial en ningún diálogo. En esta película los actores no hacen aspavientos con las manos ni con los brazos, ni miran al otro con ojos desorbitados como si fueran a asesinarle. Tampoco abren la boca como los peces para hablar. En esta película, los actores interpretan cada uno su papel de forma natural, expresando ternura cuando toca o tristeza o alegria...

Parece claro que la película se inspira en La Colmena, no sé si el gran filme de Mario Camus o directamente en la magistral novela de Cela que, en su momento, dejó las puertas abiertas a una nueva forma de hacer literatura.

Sin embargo, en la cinta de Camus, igual que en la novela de Cela, subyace un mensaje triste y pesimista, mientras que la de Garci, quizás porque transcurre una década después, transmite un cierto optimismo, permite ver un rayo de luz que ilumina el futuro.

Como ya dijo algun crítico, en Tiovivo, a pesar de los tiempos tan sórdidos, la gente sale adelante y vive ya sin esa desesperanza que se percibe en La Colmena.

Podría seguir hablando de la magnífica interpretación de todos los actores, del guión, de la música, de la fotografía, de la luz, de la forma increible que tiene de manejar la luz, creando siempre un ambiente especial en cada escena.

Algún crítico ha dicho de esta cinta que es una obra de arte. Personalmente, desde mi humildad, me adhiero a esa opinión y le pido a Garci que siga con su personal quimera, que no se rinda a convencionalismos dictados desde el poder, que siga esquivando la vulgaridad y que siga regalándonos la maravilla de su cine.

Amen.

milkas





El idiota

Año/Pais: 1951 / Japon

Director: Akira Kurosawa

Reparto: Toshiro Mifune, Masayuki Mori, Setsuko Hara, Takashi Shimura, Yoshiko Kuga, Chieko Higashiyama




Grandeza de espíritu

Kurosawa demuestra su arte en esta gran película... y no lo tenía nada fácil, porque la novela de Dostoievski está concebida como una sublimación de la belleza interior muy difícil de contar en la pantalla.

El libro me dejó una honda impresión y, años despues, cuando vi la película, volví a percibir el espíritu del príncipe Liov Nikoláyevich Mischkin. Una personalidad exclusivamente mística en la que Dostoievski proyecta su propia enfermedad, la epilepsia.

Kurosawa ha sabido captar la grandeza de espíritu del príncipe y su bondad. Una bondad pura, una bondad que está concebida como la mostraba Cristo. Es mas, el príncipe en su comportamiento tiene algo de Cristo. Kurosawa expresa muy bien la figura del príncipe como algo grandioso, magnifico, que se mueve entre lo sublime y entre la triste enfermedad.

Memorable película que debe verse después de leer la novela para captar mejor todos aquellos matices que, por la limitación del tiempo de la película, Kurosawa tan sólo deja sutilmente esbozados.

milkas